Por:
Oscar
Hurtado
Amado mío:
Se que en las noches solitarias, las calles se hacen más largas y pesadas, el aire va a tu encuentro y te detiene el andar. Eso hace la soledad, la soledad de las calles vacías de rostros humanos, vaciadas del calor de hogar. Por eso cuando detracito de nosotros se nos aparece la nota fuerte de los pasos masculinizados, viene la sensación de persecución, las ganas de huir, de resistirle al viento. Por eso te escribo delante de ti. Nunca detrás.
Porque las pisadas masculinas se hunden en las veredas, en las calles, en la tierra. En la tierra se hunden más fuerte que los pasos de mujer. Y pareciera que nos arrastraran hacia ellos. Por eso la gente corre cuando siente los cosquilleos de sus dedos cerquita de sus espaldas frágiles y desprovistas de seguridad. Porque no pesan lo mismo que las pisadas femeninas siguiéndonos el ritmo de nuestros pasos.
Y a pesar de mi cuerpo minúsculo y virgen, carente del peso de lo real, muy a pesar de mi yo-niño-adolescente, no puedo negar mis pisadas de hombre, que por muy despacio que suenen se hunden igual, por ser la marca viva e inevitable de lo que me dejo esta madre patria. La enseñanza básica de este país paranoico. Que no le resiste a los pasos que vienen detrás de uno. Desde esa fecha en que nuestra bandera se rajó en dos y en que la noche fue más fría, por eso nuestros sentidos estaban más sensibles, por eso era más fácil herirnos y ellos, sabiéndolo, no hicieron nada por evitarlo.
Por eso te escribo delante tuyo, porque la paranoia social en la que fuimos forjas no te dejarían resistir mis palabras, las primeras que escribo en esta página en blanco de mi vida, Que te siguieran la huella para cantarte lo que siente. Sólo eso. Nada más. Por que en este país solo a la culpa se le deja que nos persiga, y de lejitos ni siquiera de cerca, para no atormentar las calles pálidas que fueron saboteadas por las botas militares, botas con pisadas de hombre.
Y aunque sé que nuestros gustos (las primeras chispas de algo que se escinde de este frío que nos congela) doblaron en dirección contraria en aquella esquina de esta ciudad que no olvidaré jamás, te pido que escuches estas, mis primeras palabras, que rompen con la hoja virgen que soy. Te pido que seas mi lector, para que rescates lo que la insignificancia de mi mirada nos dejo. A los dos.
Tanto cuidado le llegue a tener a tu piel hiper-sensibilizada por los nuevos fríos de esta patria, que te escribía con la mirada, en esa época en que te conocí sólo con la mirada, desde bien lejos, al frente tuyo pero lejos, aunque no tanto, para que no me perdieras la huella. Y de tan lejos es que te escribía que mi voz parecía que perdiera su sonoridad, Te parecía que me quedaba mudo cuando me increpabas en las horas de nuestros encuentros, aunque no fueran nuestros en el sentido en que los amantes usan esa palabra. Por temor a la represalia de lo que de mi boca podía salir. Por ese “se me va a pasar” que me mordía la lengua para no hablarte y decirte lo que sólo te quería decir. Que te amo. Sólo eso. Nada más.
Pero no te me pasas. Ni de mi corazón, ni de mi cabeza, ni de mis manos, ni de mi piel. Porque te clavaste en mi memoria virgen, virgen del deseo adulto que significa querer.
Por eso te escribo desde adelante. Porque no puedo evitar las pisadas de mis pies pesados. Porque no me da el cuero quitármelos, no en esta ciudad que nos enseño a desconfiar. Que de vez en cuando se aparece con sus barridas como queriendo limpiarla con cloro y desinfectante. Por eso no me corto estos pies. Por que con ellos he de huir cuando esta nación hipócrita nos vuelva a olvidar.
A pesar de mi cuerpo delgado y frágil que apenas es capaz de resistir su propio peso y de hacerle frente al golpeteo de mi corazón, el que me palpita como tirándome al suelo para revolverme entero según su ritmo, puedo ver que las calles nos vigila, a quienes sentimos, esto lo que yo siento ahora por ti. Porque para salir de los armarios de esta ciudad, para nombrar tu nombre maduro y adulto, se requiere soportar las miradas de ellos. Porque se hubiera forjado esta identidad-deseo en la histeria de esos juicios paranoicos de creer que fue culpa de las manipulaciones infectas que se ejercen con el poder atribulante de los machos, por la trasgresión mórbida del los apetitos corruptos. Aunque sólo me faltara un año para ser mayor y libre (vaya límite de esta ciudad, que mira en unos cuantos meses lo necesario para ser mayor). Por eso el miedo se colaba en mí. Por este país que acoquina y encacha a los inocentes y deja olvidados en sus tranquilidades disimuladas a los culpables (porque nadie puede evitar el dolor que esa fecha nos dejó, ni menos ellos). Por que de tantos decírnoslos que esto era malo lo llegamos a creer de vez en cuando. Y en eso estará su compasión (por cierto que palabra más corrupta, que no nos reconoce como iguales) y estaría mi yo-niño-adolescente anidando la posibilidad de algo que pudo ser. En el corazón mismo de la historia que avanza a su reflejo deformado se escondía el mío frágil e inconmovible a las formas habituales de ser. El corazón dentro del corazón. Y que por no declararme tú no me reconoces. Ni mi voz, ni estos ojos, ni este cuerpo hecho cenizas por las fabulas sitiadas por las llamas. Sin embargo, aún así, te enfrentaste a mi vergüenza, vergüenza de mi deseo infantil.
Ese fue el quiebre: mi yo niño-enamorado. Que lo primero que hizo fue fijar los ojos en los tuyos, a imitar tu piel experimentada y mayor, reconociendo el corte recto y sagaz de tu cintura en la mía como la superficie en la que se abren los espacios por los que se entiendan otros modos de contactos, como el modo particular de pensar, dable a los nuevos sonidos y ritmos locales.
Por eso debo escribirte, aunque sea delante de tus pasos, para que no temas. Porque prefiero eso, al menos en este instante en que te escribo, que callar o detener mis pasos que te siguen, que es lo mismo. Aunque no me conozcas, aunque mi diario imaginario ( a los niños no nos permiten tenerlos) este carente de las fechas decorativas o de aquel papel de dulce que tiraste a la basura, sin pensar que yo lo guardaría, yo sí te conozco, lo suficiente para dedicarte los primeros balbuceos que he de proferir. Porque te amé en un instante fugaz de estas tardes de invierno.
A pesar de que te amé tanto, tanto te amé como para no molestarte con la mirada mientras dormías, tanto como para escribirte por adelante y no por de tras, a pesar de ello, solo un noche soñé contigo. Lo soñé cuando ya te habías ido. Soñé que volvías. Volvías como si no te hubieras ido. Que volvías recordando lo que a nuestra generación había olvidado hace mucho. Ese espacio que ocupó la carencia y que se transformó en olvido. De los que volvieron sin recordar y por ello nosotros, que esperamos de la otra orilla, también olvidamos. Pero tú me devolviste el recuerdo de lo olvidado.
Por eso desde la vigilia flemática, este gélido espacio inerte, te escribo para que sepas lo que tú imagen de ensoñación (porque sé que no fuiste tú, porque tus ojos de vigilia también olvidaron lo que los sueños se resisten a olvidar) me devolvió. Para que al leer recuerdes. Recuerdes que en la distracción de tus ojos vacilantes que pasean por esta ciudad en vigilia estuve posado yo, aunque no lo notaras. Que la insignificancia de esas horas se vacíen ahora sobre este papel, para que sepas lo que fuiste para mí. De este ardor que me recorre, que se arma y se desarma en la cercanía de tu imagen. Por eso te escribo, y aunque siempre temí escribir porque escribir era verte, fuera, desconociéndome, ahora se me hace necesario revelarte lo que no supiste ver. Espero que estas palabras sean tu regreso.
Recuerdo tu polerita de Superman insinuándome algo importante, el piercing en tu boquita, boquita que hubiera deseado entregarle la mía para que ambas conocieran lo que es amar. Amar en el amor fugaz, el amar en el amor desinteresado, en el amor tórrido. En el amor que dura un día, una hora, un solo beso.
Del amar que me inscribe con las pequeñas colecciones de secretos releídos por tus labios. Que dan y reciben como acto amoroso condenado. De aquello que pudo ser. No dejaste espacio. Todo cuarto vacío lo llenaste de amores. Amores que hieren, erotizan y calman. Amores que se graban en la ciudad desde la que te escribo Ay, pero como haber tenido una sensación de mi cuerpo-vivo (mi cuerpo-en-llamas) si no tenía la presencia de tuyo.
Te quedaste inmóvil para este sentimiento que se me revela como nuevo, el nacimiento de algo que nadie ha notado, ni siquiera Ellos que todo lo ven. Solo yo. Solo mi fantasía ingenua y llena de nuevos juegos. Pero mi esencia estaba transida de lo que ellos dijeron que era lo que yo sentía. Que sólo era el hombre prisionero de sus juegos sado-masoquistas.
Pero en ello apareciste tú, en medio de esta pausa fría de las calles en desvelo, y fue como si me invitaras a salir en esta noche que se repite en los espacios en que te imaginé conmigo a solas sin el pudor de los otros chicos a perder el control y darse en entrega. En un paseo que era ese otro imaginario, el imaginario personal del hombre que es capaz de ser recipiente y de apodarse con las palabras femeninas en desuso.
Por eso mi escritura esta delante de la tuya, no para demostrarte nada sino para demostrarte lo nada que soy.
Pero no entiendas este nada como nos los han mostrado ellos. Este nada es aquello que nosotros, solo nosotros somos capaces de pronunciar. Aquellas palabras pasivas que se vuelven activas. Porque este acto amoroso se desprende de eso que nos fue entregado por pasividad y que lo convertimos en el acto en su máxima expresión, Porque los chicos que no le tememos a darnos a entrega, a ser receptáculo amoroso, como acto femenino que se vuelve condenable en estos cuerpos de machitos, sabemos que existen cosas, existen cosas que nacieron en el lenguaje patriarcal, que fueron aparejadas a una pasividad que sólo es capaz de entenderse como acto de negación. Por eso sus botas militares con paso hombre, por eso sus tanques con pasos de hombres, por eso el genocidio, por eso el poder. El poder que se vuelve negación, independencia, olvido, dictadura y democracia y que sin embargo nunca dejó de ser negación. Nunca dejó de ser paso de hombre fuerte tras los nuestros débiles. Por eso su mal entendida pasividad. Nosotros volvimos eso que es pasivo, en cuanto se entrega, a la acción en su forma más prístina. Porque no sólo nos preocupa integrar esta nación cada vez más fría (dios mío cuando va a dejar de descender las temperaturas), no nos interesa que nuestros cuerpos machitos-afeminados integren el selecto grupo de opresión de los hombres con sus pasitos-fuertes. Porque eso lo entendieron nuestras hermanas desde un comienzo. Que su lucha les viene primero de sus cuerpos femeninos que escapan de la persecución de los pasos de hombres que las hunden. Que todo lo demás que se aparezca viene con ello, al ladito. Por eso nos interrogaron. Por eso nos exigieron. Por que nuestros cuerpos no sentían lo que sus pieles siente (dicen que cada vez más sensibles a los fríos de esta época). Pero no es así. No para nosotros, que en el acto amoroso en su plenitud aprendimos a articular aquellos gestos que quedaron relegadas a sus cuerpos de mujer. El ser receptáculo. En eso está nuestro saber. Porque no es sólo coger y volver a coger, sino sentir que el otro se adentre en ti. Esa pasividad que se ejecuta en nuestra acción más vívida. Nuestra acción de decir “sí soy”, cada vez más fuerte y que quizás algún día nuestros pasitos dejen de escapar de los pasos fuertes que nos hunden (nos tragan y nos ahogan) en esta ciudad paranoica.
Porque no somos solamente hombres entregándonos a hombres en un juego hedonistas. No. somos los hombres que aprendieron a usar las palabras femeninas fuera de la moda de esta época infame, supimos entregarnos en esa pasividad que se vuelve la actividad de estas sueños resquebrajados. El signo de lucha que baila alrededor de este fuego que se re-significa: De hoguera a expiación, en el quemar de los cuerpos vueltos ceniza, a este nuevo fuego, fuego inaugural que siento por ti. Inicio alrededor del que danzamos.
No sé porque te digo estas cosas. Sé que es increíble lo que puede resultar de algo tan insignificante como los insectos, una parvada de aves, la salida y ocultamiento del sol, nuestras miradas rozándose. Por eso te escribo, por eso escribo, por que encontré el significado de aquello que pudo ser, y por ello no le tengo miedo a la insignificancia de la vida. Porque de ti aprendí que no era tan malo, que una tarde en el parque se puede equipar al la más atrevida hazaña vanguardista y provocativa de nuestra época, porque me enseñaste que finalmente no era solamente eso. Que siempre había algo más,
Sé que por eso ellos me obligan a odiarte, por dejarme en este palpitar de deseos que ebullen y que no pudieron tomar el peso de los objetos, Y aunque Ellos me instiguen a odiarte, nunca me atrevería a hacerlo aunque los espacios condenados a los ecos de tu voz sí lo hagan, porque se que hubiéramos sido muy felices. Que increíble que pudo ser.
Porque mi amor por ti nunca llegó a tomar el peso de los objetos. De los artefactos que pesan, que ocupan el espacio y lo agotan, que al moverse dejan su ausencia. Por eso quizás no te me has ido todavía de mis sueños a pesar de que tu cuerpo-objeto sí lo hizo. Porque no tenía el peso que tiene todo lo que existe. Porque no tenía el peso de los pasos masculinos que marchan tras nosotros en las calles vacías y que gatillen el que queramos huir. No tienen el peso de eso que hace que ahora te escriba desde a delante tuyo y nunca, nunca más detrás de ti, para no ahuyentarte.
O quizás fue para que mi corazón no se plagara de tus objetos y me dejaran espacio para otro. Un otro en que el vuelva a escuchar los mismo sonetos que algunas vez sentí por ti. Para que quedara espacio para nuevos amores, amores guiados por este fuego inaugural (el nuestro). Fuego que garantice que todo nuevo modo será iluminado, en los nuevos amores, en las nuevas entregas y en las nuevas horas de desvelos en mi cama, aunque Ellos me haga creer que es sólo la noche que me espera como siempre.
Se despide (otra vez, aunque ni eso lo hayas notado) con la misma dulzura
Mi yo-niño-adolescente