Las noches de invierno son para dormir arropados en abrazos. Escucha cómo nos tiembla la lluvia; cuerpos sudorosos y noctámbulos, recetas zodiacales, marcas en el cuello. Mira cómo nos entrelazamos con elongaciones de ciempiés y tú me respiras dentro de la oreja. A veces me dices versos. A veces te quedas mirando cómo las gotas dibujan nostalgias en las ventanas.
La Maga revolvía la bombilla. Había agachado la cabeza y todo el pelo le cayó de golpe sobre la cara, borrando la expresión que Oliveira había espiado con aire indiferente.
(Cuando saltábamos. Cuando dibujábamos con tiza la rayuela en el piso y veíamos sobrevolar aviones ante nuestros ojos)
La lucha contra el pasado es una enfermedad irremediable, porque ahora yo te cuento y en veinte minutos más seremos fantasmas recorriendo Montparnasse. Hay que reinstalarse en el presente. Parece que no soy un Mondrian. Ergo … Pero Mondrian pintaba su presente hace 40 años. (Una foto de Mondrian, igualito a un director de orquesta típica ((Julio de Caro, ecco!)) con lentes y el pelo planchado y cuello duro, un aire de hortera abominable, bailando con una piba disquera. ¿Qué clase de presente sentía Mondrian mientras bailaba? Esas telas suyas, esa foto suya … ¿Habismos?)
Yo me escondía para leer. Subrayé la totalidad del libro, por parecerme una agonía maravillosa entre la fantasía y el sueño. De noche llovía y además del grafito marcaba con plumas los capítulos sobrecogedores, tal como las sábanas nos esbozan, y si te llamo Horacio o nariz de azúcar o caballito de juguete, es porque con ellos compartes una L, que es como decir que mi Lengua Lame la totalidad de tu invierno.
En ese tiempo yo deambulaba por pasadizos secretos y toda hecatombe quedaba silenciada con epítetos de normalidad. Lo curioso es que en París crecían en los pasamanos de las escaleras y todo el tiempo hacían el amor, freían huevos; casi no tenían ropa y de cuando en cuando cambiaban las palanganas, porque las goteras les mojaban los verbos.
En la portada hay una cama deshecha, como si la Maga hubiese invitado a Oliveira a burlar los puntos cardinales y todos los espacios en blanco fueran cicatrices guardadas como trofeos de sus silencios.
Porque bajo esta lluvia yo te invito a caminar y tú cedes, con pasos de niño marchito, bendecido por la sonajera del otoño y toda esa rumba de ropa, los manotazos, las mordeduras en el pelo. Alma mía -dijo Ronald- cállate un poco para que podamos identificar esas pisadas. Sí. Es el rey de los pigmentos, es Etienne, es la gran bestia apocalíptica.
Me recuerda un gato sobre los tejados y ese suicidio colectivo de la lluvia mordiéndonos los labios.
La casa huele a cera. El agua hirviendo quema los bordes de la taza. Alguien acude sin golpear. Alguien misteriosamente se ovilla dentro de su ombligo y abraza y besa con sabor a invierno. Yo te digo que el invierno nos canta y tú desaceleras el pulso. Entonces, buscamos al azar hojas subrayadas con nombres: Ossip, Atalía, Yo-yo, Manú, Morelli, Perico, Ceferino, Traveler, inválidos.
Porque todo es una profusa sinfonía ceñida a los traumas y las facilidades del exilio y la norma y la sonrisa al costado de las mermas.
Porque tú y yo deshicimos las camas para amalgamarnos como animales friolentos absurdamente dependientes de aquello que vociferamos como virtud; y lanzamos ecos entre la muchedumbre enrarecida y florecemos como bestias en miniatura a cuyo rugido accede la noche con su filo.
La Maga revolvía la bombilla. Había agachado la cabeza y todo el pelo le cayó de golpe sobre la cara, borrando la expresión que Oliveira había espiado con aire indiferente.
(Cuando saltábamos. Cuando dibujábamos con tiza la rayuela en el piso y veíamos sobrevolar aviones ante nuestros ojos)
La lucha contra el pasado es una enfermedad irremediable, porque ahora yo te cuento y en veinte minutos más seremos fantasmas recorriendo Montparnasse. Hay que reinstalarse en el presente. Parece que no soy un Mondrian. Ergo … Pero Mondrian pintaba su presente hace 40 años. (Una foto de Mondrian, igualito a un director de orquesta típica ((Julio de Caro, ecco!)) con lentes y el pelo planchado y cuello duro, un aire de hortera abominable, bailando con una piba disquera. ¿Qué clase de presente sentía Mondrian mientras bailaba? Esas telas suyas, esa foto suya … ¿Habismos?)
Yo me escondía para leer. Subrayé la totalidad del libro, por parecerme una agonía maravillosa entre la fantasía y el sueño. De noche llovía y además del grafito marcaba con plumas los capítulos sobrecogedores, tal como las sábanas nos esbozan, y si te llamo Horacio o nariz de azúcar o caballito de juguete, es porque con ellos compartes una L, que es como decir que mi Lengua Lame la totalidad de tu invierno.
En ese tiempo yo deambulaba por pasadizos secretos y toda hecatombe quedaba silenciada con epítetos de normalidad. Lo curioso es que en París crecían en los pasamanos de las escaleras y todo el tiempo hacían el amor, freían huevos; casi no tenían ropa y de cuando en cuando cambiaban las palanganas, porque las goteras les mojaban los verbos.
En la portada hay una cama deshecha, como si la Maga hubiese invitado a Oliveira a burlar los puntos cardinales y todos los espacios en blanco fueran cicatrices guardadas como trofeos de sus silencios.
Porque bajo esta lluvia yo te invito a caminar y tú cedes, con pasos de niño marchito, bendecido por la sonajera del otoño y toda esa rumba de ropa, los manotazos, las mordeduras en el pelo. Alma mía -dijo Ronald- cállate un poco para que podamos identificar esas pisadas. Sí. Es el rey de los pigmentos, es Etienne, es la gran bestia apocalíptica.
Me recuerda un gato sobre los tejados y ese suicidio colectivo de la lluvia mordiéndonos los labios.
La casa huele a cera. El agua hirviendo quema los bordes de la taza. Alguien acude sin golpear. Alguien misteriosamente se ovilla dentro de su ombligo y abraza y besa con sabor a invierno. Yo te digo que el invierno nos canta y tú desaceleras el pulso. Entonces, buscamos al azar hojas subrayadas con nombres: Ossip, Atalía, Yo-yo, Manú, Morelli, Perico, Ceferino, Traveler, inválidos.
Porque todo es una profusa sinfonía ceñida a los traumas y las facilidades del exilio y la norma y la sonrisa al costado de las mermas.
Porque tú y yo deshicimos las camas para amalgamarnos como animales friolentos absurdamente dependientes de aquello que vociferamos como virtud; y lanzamos ecos entre la muchedumbre enrarecida y florecemos como bestias en miniatura a cuyo rugido accede la noche con su filo.
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