Quien quiera que sea me nombró a matar, un extraño nos
observa desde su balcón y retazos de piel cubren el silencio
de los amantes en las plazas públicas. Recuerdo que
arrancó mi cabello y comenzó a deshilachar los secretos de
mi cuerpo, tantos muertos tantos, las calles se acomodan
entre mis brazos mientras una arpillera memoriza el rumbo
del tejido. Cada punto termina entre los rieles de su carne.
Retorció las paredes de su recuerdo alternando el
movimiento de las manos con un "nadie debía saber". Su
falta se diluyó bajo la cotidianidad del engaño y secó
nuestras cargas presionando la histeria de un balazo cojo.
Me duele un cuerpo que no es el mío, lo lanzo bajo mi
puerta, sus hijos lloran. Las heridas de ésta casa le
pertenecen.
Caen mis años sobre sus vértebras, no conozco otra forma
de tocarlo, arrastrarme por el tejido de su tristeza y
maldecir los puntos que se fugan entre mis piernas,
encontrar en cada recuerdo alguna fotografía de él, su
fracaso, y rasgar con los dientes la típica respuesta. Nos
rebalsamos de nosotros mismos, partiendo la vergüenza
del resto porque la suya lo abandonó llegando a mi
ombligo.
Sucede que la distancia no me cabe entre las costillas, ni
siquiera la parte que tememos nombrar, la forma que nos
niega el miedo o la incapacidad de oprimir su carne.
Sabemos que lo merecía, sabemos, sabemos que la única
forma de morir como ella es saltándonos el aliento. Nos
quitaron la extensión del apego, los dolores que dormida le
engrifaron el hambre.
Busco su torpeza en el pasillo de mi espalda pero se vuelca
y yace vacía, entonces comprendo que él no está y procuro
revertir el ciclo, el origen ya no es el inicio y su semejanza
me es indiferente. Palpé lo que obtuve, di saltos sobre su
amparo burlando la seguridad de sus convicciones e intuí
que el daño se situaba en la frustración de los huesos. Su
espera no me fue suficiente, le opacaron la voluntad y de
entre las entrañas lo boté de mi cuerpo. El consuelo de su
reparo derramó hebras de orgullo herido para zurcir el
agobio de sus faltas y arrancar el interior de una súplica
poco juiciosa. Me detuve frente a la insensatez habitual de
su deterioro, lo vi arrastrarse cargando con otra similar a
mí, un pozo ceñido al coraje de sus recuerdos.
Constanza Marchant, 1988. Trabajadora Social y poeta, participó en los talleres “Poesía Cero” con Carlos Cociña (2009), “Poesía Chile” con Paz Molina (2009) y “Poesía Femenina” con Gabriela Gateño (2010), en el Centro Cultural Balmaceda Arte Jóven. Ganadora del concurso “De Local; Poesía y Cuento”, realizado por la Universidad Alberto Hurtado (2010), becada por la Fundación Pablo Neruda, La Chascona, durante el año 2011, ha publicado en diversas revistas literarias, en la antología de poesía “Memorias de un pájaro asustado” (2009) y en “Neo Pobreza” (2011). Actualmente es parte del “Taller de Avanzanda” de la Editorial Moda y Pueblo junto a Diego Ramirez.
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