
aquellas pecas que de mi nariz querian saltar,
escapar de la asfixiante capa de estuco mal esparcido,
y copete a medio armar a lo muñequita ochentera.
Como a filo de navaja,
rasgada la barbilla,
con secretos varices
quejumbrosos y latentes
de burbujeantes fluidos
que arden, consumen, traicionan.
Cartitas mojadas,
antifaz de sombras en penumbra,
de destellos fugaces,
de ilusorio romance,
de lucecitas de amor.
Las manos asperas que han tomado el oraculo vaticinando
que me vera en decadencia,
cueros raidos,
cicatrices de combate.
Cruel realidad me abofeteas la cara ,
tarde o temprano
te llevaras mis dorados cabellos
y a cambio me daras incoloras mechas,
haras cansar mi insolente lengua,
y castigaras mi boca ,
hostigada de tanto amatorio.
Y aquel pasar de vanidad forzada
me hara dar cuenta
de la belleza imperfecta que siempre he poseido.
Aunque quiera mi reloj detenerse no podra,
porque miedo repudioso no lograras taparme los ojos
ante aquella añeja e imperfecta belleza.
2 comentarios:
la vejez nos espera, amiga
Una polilla golpea incesantemente contra la ventana contra la ventana
y pienso son los visitantes atrasados a las dos pasada la medianoche.
Me preparo para leer a Pavese.
Compré vino, cigarros, pilas para el CD player.
Además, fui al funeral de una tal Gaby, y el que parecía ser el anfitrión me preguntó si conocía a la difunta.
Yo le dije tartamudeando que sólo había entrado por las ganas, que no conocía a la tal Gaby pero si a la muerte
y me dijo:
“ah, tú entraste porque estás solito”.
Su mano todo el rato estuvo sobre mi hombro izquierdo.
Su presión cálida se quedó mucho después de partir:
¿Vale la pena estar solo para seguir aún más solo? -como diría Pavese.
Todos en la iglesia hablaban bajo.
Parecía una maravillosa reunión de personas ajenas unidas por el conocimiento
lejano
de la muerte y la muerta.
Quise arrodillarme, y más aún, tocar alguna nota en el órgano superior o las campanas toda la noche
para decirle al vecindario que lo otro estaba sólo a pocos pasos.
Salí a fumar.
Había una gruta, una virgen blanca, tiesa y triste porque también conoció la muerte- pienso.
Bajo los escalones hacia el boliche.
Las mujeres presentes tienen los mismos ojos dolorosos de la estatua blanca, pero sé que son sólo momentos y el vino ayuda,
y me cuido de explicarles el infinito.
Vendrá la muerte y tus ojos serán fríos y perdidos, y estarás tiesa y triste mientras me preparo para leer a Pavese,
quién murió según dicen en un hotel de Turín
luego de llamar a todos sus conocidos
-qué palabra más inútil.
Vale la pena estar solo para seguir aún más solo?
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