
En mi casa se cose a mano.
En mi casa no hay maquina de coser,
no hay maquina de escribir.
En mi casa conviven dos zurdos,
un manco,
ningún diestro.
En mi casa los colores se intercambian,
se vuelven chillones si les soplas despacito en la nuca.
En mi casa hay un dios tuerto
que me ojea las rodillas.
En mi casa nadie llora,
sollozan.
Les hilvanan las pupilas con hilos angostos.
En mi casa,
talvez.
En mi casa los búhos se hincan.
En mi casa no existen las señoritas.
En mi casa no existen los caballeros.
Existe una memoria transgénica
con un ají rocoto cruzándoles el pescuezo.
En mi casa se anda en calzones.
Se les bordan jirafas de cuellos cortos,
iniciales lamiendo el encaje.
En mi casa los tobillos están sujetos al balcón.
En mi casa el padre no ama a la madre.
En mi casa no habrá nietos
ni jardines con espinas crónicas.
En mi casa habrá un pasillo estrecho donde no cabrán sus muslos.
En mi casa,
sí.
En mi casa,
no.
En mi casa,
su casa.
Rezamos antes de comernos la lengua.
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