Carnicería punk: es un centro cultural independiente, una carnicería de barrio inserta dentro de unos block social en pleno Santiago centro, que ha sido intervenida sin modificar su estética de carnicería, para realizar los talleres literarios, presentación, lanzamientos de libros, lecturas poéticas, etc.

Editorial Moda y Pueblo: somos una editorial independiente, trabajamos a partir de la fotocopia y corchetera; ediciones limitadas y enumeradas que buscan ser vendidas a bajo precio y rescatar el concepto estético de fetiche del libro por medio de diseños de libros objetos, es decir reivindicar desde la cita comercial, al libro como un objeto único de arte, inclasificable e inencontrable.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Fragmento de "Arcada" / por Carolina Vega

Iba a preguntarte, pero tú no te vas a acordar, porque en ese momento yacías inconsciente en la mitad de tu cama. Yo te decía que volaras, pero una vez más asociaste mis palabras al fracaso, obligándome a cargar esa masa amorfa que era tu cuerpo, lánguido y orinado hasta las rodillas.

A tu izquierda, un crucifijo invertido burlaba todo afán de salvación y yo en el fondo rogaba que murieras, para terminar con esta llaga de extremidades prestadas.

Pero había una parte de mí que naufragaba entre cuchillos de nieve, braceándote hasta el borde de las axilas; trayendo de nuevo la nostalgia, la quijada, la mancha que mira el feto cuando la vulva lo arroja a la luz.

Nosotras fuimos cosiéndonos las piernas, la clavícula y una bandera tan cerca del pezón, que luego aprendimos sobre la sed y nos resultó imposible separarnos, porque tú me mordías la carne y yo me aferraba a tu enfermedad, sabiéndote perdida y maldita.

Hubiese preferido quedarme muda, porque a veces las palabras duelen tanto como el hierro que marca la piel de las bestias.

Cuando yo era pequeña comía arvejas con las manos y escribía con tiza bajo el parrón de mis abuelos. Jugaba a hornear pancitos de piedra y me escondía de los perros a la hora del hueso.
Iba a preguntarte, pero tú no te vas a acordar, porque cuando vino la ambulancia carecías de pulso y yo te miraba de lejos. Tenías las pupilas completamente dilatadas y un par de hallullas dentro de una bolsa celeste. Habías dejado la ropa con que deseabas ser sepultada, y aunque a ti no te hubiese gustado, pensé que sería preciso maquillarte.

La procesión de agujas que te enterraban en los brazos se contradecía con tu expresión de paz y la inercia de tu cuello, que no respondía a ningún estímulo.

Habías terminado de bañarte y las toallas conservaban la humedad. Procuré acercar mi nariz y entre el agua y tu aroma percibía ecos de jabón para soplar burbujas o pesadillas.

Tengo un amigo que dice que todos hemos venido de París, y en ese caso me gustaría volver, aunque sólo balbuceando, pues existen paisajes advertibles con las falanges y la punta de la lengua.

Me gusta oír el sonido con que el mar nos ensordece. Todo porque el viento es un accidente entre el agua y las hojas de los árboles.

En este momento, la maquinaria trabaja, vuelan moscas, un perro jadea observando su osito de peluche en el jardín. Los semáforos cambian de color. Hay damascos maduros, almendras cuajadas, cantos de aves y un avión. Tú me enseñaste a decir adiós porque nadie sabe si regresa.
Iba a preguntarte, pero tú no te vas a acordar, porque estuviste agonizando cinco días seguidos y las enfermeras te bañaban en seco. Tan indiferente estabas, que ni siquiera tenías conciencia cuando te abrían las piernas para limpiarte el pubis.

En eso, llegó un tipo accidentado, con las manos hechas bolsa y hematomas bajo los párpados. Parece que en la muerte se pierde el pudor, porque a él la camisola le quedaba suelta y yo le miraba los testículos mientras lloraba.

A veces sueño que tengo pendiente un examen de matemáticas y memorizo las fórmulas aunque no sirvan de nada.

Si me dieran a elegir, preferiría regar las plantas, caracoles en el jardín, un triángulo en la frente, el crepitar del fuego, el nombre del asesino, un iris como arcano del mundo, el misterio y la belleza del aprendizaje.

El año que me enseñaste a leer y a escribir caminábamos por las calles atentas a los letreros. Me preguntabas “Carolina, mira, qué dice ahí?” y yo sin soltarte la mano leía de izquierda a derecha frases alusivas a la venta de productos. A ti te asombraba mi facilidad de asociación y me acuerdo que hasta entonces sonreías.

Iba a preguntarte, pero tú no te vas a acordar, porque cuando se vuelve del otro lado se firman pactos de silencio con el de más arriba. Yo no sé para qué me enseñaste a leer, si no me dejaste ninguna carta que justificara mi orfandad y mi rabia.

Los días siguientes dormí con mis amigas en tu cama. A veces despertaba llorando. A veces me cocinaban huevos revueltos y la casa era un caos; no por mí, sino por tus huellas. Esperábamos un llamado para donar tus órganos y yo pensaba que si ibas a vivir en el cuerpo de otro, podría abrazarte y decirte que te quería, aunque tú en tu interior jamás volvieras a escucharme.

Si te digo todo esto es porque mañana cambiaremos nuestros hábitos y tú vas a verme de lejos, sin reprocharme haberte salvado. Algún día me escribirás una carta diciéndome que me amas, pero no la vas a enviar, porque así es como funcionan las cosas entre nosotras.

Por ahora caminas más muerta que viva
y yo te odio
como si tu cuerpo fuera un accidente
que mi silencio no puede callar.

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